Mis queridos buzos y lectores:
Hoy quiero compartir con ustedes una reflexión que, como muchas de mis palabras, nace de un proceso personal de introspección. Para mí, escribir es como bucear: me permite sumergirme en mis pensamientos, calmar mi mente y apaciguar mi alma. Y en este momento, ese proceso de buceo se está llevando a cabo.
Quizás se pregunten por qué elegí este título, “Duele”. La respuesta está vinculada al mismo acto de bucear. Cuando descendemos bajo el agua, la presión externa comprime la membrana timpánica de nuestros oídos, lo que provoca ese dolor característico. ¿Cuántos de ustedes han experimentado el dolor de los oídos al bajar al fondo de una piscina? Ese malestar es el resultado de la diferencia de presiones y es algo que los buzos debemos manejar con cuidado. La solución es sencilla: hay que “ecualizar” o compensar la presión, y existen varias maneras de hacerlo. Lo crucial es actuar a tiempo, antes de que el dolor se haga insoportable.
Si el dolor ya ha aparecido, debemos detenernos y ascender un poco para intentar compensar la presión de nuevo. Muchos buzos novatos tienen dificultades con este proceso, como cualquiera de nosotros en nuestras primeras inmersiones, y a veces incluso llegan a cancelar buceos por el malestar. El verdadero problema ocurre cuando, en lugar de detenerse, algunos siguen descendiendo, soportando el dolor. Esa decisión puede llevar a daños en el tímpano e incluso a un trauma acústico grave, conocido como barotrauma. Por ello, es fundamental no ignorar el dolor y, sobre todo, no forzar la situación, ya que eso solo empeorará las cosas.
Este proceso de compensación y dolor, aunque relacionado con lo físico, tiene un paralelismo profundo en nuestras vidas emocionales. En ocasiones, nos duele el alma, y si no reconocemos ese dolor y no buscamos formas de aliviarnos, la situación puede complicarse aún más. El dolor emocional, si se ignora o se guarda en silencio, puede transformarse en ira, resentimiento o frustración, emociones que nos impiden encontrar paz. Si no hacemos algo para sanarnos, como buscar terapia, practicar la meditación o simplemente enfocarnos en lo positivo, el dolor se va acumulando y se vuelve más difícil de manejar.
Hoy, cuando escribo estas palabras, siento un pequeño dolor en el alma. Pero también siento alivio al hacerlo. Escribir me ayuda, me permite dar pequeños pasos hacia la sanación. Y tengo la suerte de contar con personas maravillosas en mi camino (LF, MG, JE, AU) que, con su compañía y apoyo, me ayudan a sanar. Al igual que con el dolor de oído, no podemos “sobarnos” el alma para curarnos más rápido. Pero la paciencia y el acompañamiento son claves.
En medio de este proceso, encontré una cita de Virginia Satir, en su libro Contacto íntimo, que me resonó profundamente. Habla sobre las relaciones humanas y cómo a menudo nos complicamos innecesariamente:
“El mejor regalo que puedo recibir de alguien es que me vea, que me escuche, que me entienda y que me toque. El mejor regalo que puedo dar es ver, escuchar, entender y tocar a otra persona. Cuando se ha hecho esto, siento que se ha establecido contacto.”
— Virginia Satir
Es un recordatorio hermoso de que, para sanar, necesitamos ser vistos, escuchados y comprendidos. A veces, eso es todo lo que necesitamos para empezar a sanar.
Un abrazo profundo, y espero “Verlos pronto Bajo El Agua”
CR
Mi querido Carlos, el dolor es algo natural, el sufrimiento es una decisión.
Gracias por el recordatorio