Patadas
A veces nos ponemos donde nos golpean y no nos movemos porque no nos duele lo suficiente.
Mis queridos buz@s y lectores,
Este último viaje estuvo lleno de aprendizajes y emociones, y como siempre, me dejó reflexionando sobre varios temas. Antes de entrar en materia, quiero aprovechar para desearle mucho éxito a PR en su nuevo negocio. ¡Felicidades! Ahora sí, después de esta felicitación, quiero contarles algo de buceo que me hizo pensar profundamente.
Estábamos buceando en Puerto Morelos, un sitio conocido por tener una corriente moderada, cuando uno de los buzos comenzó a tener un consumo de aire más rápido de lo normal. Como es común en estos casos, decidimos compartir aire por un rato para alargar la inmersión. Este buzo, que por razones obvias no mencionaré su nombre, estaba recibiendo aire de una de las instructoras que siempre me acompañan en los buceos en esa zona. En un momento, me encontré en una posición algo más profunda que ellos, de modo que no los podía ver, pero sentí un golpe en la cabeza. Era un aletazo, y aunque me dolió un poco, intenté moverme para cambiar de lugar. Sin embargo, en un instante, sentí otro golpe, esta vez más fuerte, que me molestó bastante. Así que, naturalmente, busqué con la mirada a la persona que me estaba golpeando, moviendo la cabeza para llamarle la atención, casi indignado y, como se dice en el lenguaje común, “encab…”.
Al voltear, me di cuenta de que el buzo ni siquiera se había percatado de lo que había sucedido. Estábamos cerca de una roca, y él pensaba que lo que tocaba era la roca, no a mí. En ese momento, me calmé, respiré profundamente, y me moví para continuar el buceo. Pero, aunque la situación se resolvió en ese momento, me quedé pensando en lo ocurrido. Al día siguiente, durante nuestro buceo en un cenote, sucedió algo similar. Dos de los buzos estaban muy molestos con otro compañero, porque les había golpeado con las aletas durante la inmersión. Después de salir del agua, le reclamaron airadamente: “¡Qué poco cuidado!”, “¡Pon atención!”… Y, al intentar calmarlos, les pregunté: “¿Por qué no se movieron?” Su respuesta fue que sí lo hicieron, pero que el buzo seguía regresando y volviendo a golpearlos.
Todo esto me hizo reflexionar profundamente. Me pregunté: ¿Cuántas veces nos encontramos en una situación, ya sea con una persona, en una relación o en un entorno, y sentimos que nos golpean, nos lastiman? Quizás aguantamos ese dolor porque es “conocido”, porque “no es tan grave”, o tal vez por miedo a confrontar la situación. Ahora, desde el otro lado, ¿cuántas veces hemos lastimado a alguien sin querer, simplemente porque no sabemos cómo relacionarnos emocionalmente, o porque no hemos aprendido a ser honestos con nosotros mismos y con los demás? Y, aún más, ¿cuántas veces alguien nos ha reclamado por algo que “les hicimos” sin que nosotros nos hayamos dado cuenta?
Todo esto tiene que ver con cómo reaccionamos ante esas situaciones. ¿Nos movemos, nos callamos, o nos subimos al “ring” para pelear? La verdad es que tenemos varias opciones. Podemos elegir cómo reaccionar, y esa elección influye profundamente en nuestras relaciones y en cómo vivimos nuestra vida.
Personalmente, creo que cuando dejamos de escuchar a nuestro ego y comenzamos a ver las cosas desde el amor, las relaciones, ya sean de amistad, familiares o románticas, fluyen de una manera mucho más fácil y natural. Y, al final, eso nos beneficia más que tratar de “controlar” o manipular esas relaciones.
Últimamente he estado leyendo mucho a Virginia Satir, una terapeuta familiar que describe lo que ella llama “las 5 libertades de los adultos”. Me gustaría compartirlas con ustedes, porque siento que tienen un gran poder para mejorar nuestra forma de relacionarnos con los demás y con nosotros mismos:
1. La libertad de ver y escuchar lo que está aquí, en lugar de lo que debería ser, fue, o será.
2. La libertad de decir lo que sientes y piensas, en lugar de lo que “deberías” decir.
3. La libertad de sentir lo que sientes, en lugar de lo que “deberías” sentir.
4. La libertad de pedir lo que quieres, en lugar de esperar siempre el permiso.
5. La libertad de correr riesgos por ti mismo/a, en lugar de elegir siempre ser “seguro/a” y no arriesgarte.
¿Las conocías? ¿Las vives? ¿Las respetas? Te invito a reflexionar sobre estas libertades, a tomarlas en cuenta, y a aplicarlas para mejorar no solo tus relaciones, sino también tu vida en general.
¡Felices inmersiones, y espero verlos pronto bajo el agua!
Abrazos profundos,
CR